Culpa... tan innata como el primer desengaño. La llevamos atravesada entre las venas, para recordarnos día a día lo que hicimos mal. El primer error. La seguidilla de ellos. Todo se trata de la culpa. Culpa de no decir esa palabra a tiempo, de no saber pedir perdón, de no llorar en el momento adecuado, de creer que las cosas salieron mal por nosotros. Culpa. De que no nos quieran como nosotros queremos, de que no nos demos una oportunidad para volver a intentarlo, de dejar de creer en lo que somos. Culpa.

Y el castigo que de esa culpa se desprende es siempre el mismo. La soledad. La tan endemoniada y cautivante soledad. Rechazamos de primera mano cualquier intento de hacernos bien, cualquier paso que quiera acompañarnos. No queremos, no sabemos, no podemos. Queremos abstraernos del mundo y que nadie sepa quienes somos porque... aún no lo sabemos ni nosotros siquiera. Y tenemos miedo de descubrirlo.

Entonces se repiten las malas decisiones, alejamos de nuestro alrededor las cosas buenas, lo que nos hace bien. Porque estamos convencidos de que ése es el precio que debemos pagar por todos los errores cometidos. Y no nos perdonamos, y nos acostumbramos a maltratarnos, a dejarnos de lado... a dejar de intentar querer respirar. Querer respirar.

Es una inmensa bola de nieve que se genera tras cada minuto que respiramos, y creamos un mundo que sentimos cierto porque ya no hay otra forma de verlo. Porque nos cerramos la puerta a esa posible salida. El mundo no se detiene a observarnos, sino que lo hacemos nosotros. Y cuando lo hacemos, dejamos que pase la vida en ese segundo eterno. Y no levantamos la vista para despedirla, porque nos da vergüenza haberlo hecho. Porque sentimos culpa de quiénes somos, en quién nos convertimos. De lo que siempre huimos.

Culpa. De no robarte ese beso a medio caer, de no aceptar tu mano para sacarme de ese pozo, de no dejar que una sonrisa cambie mi día, de no encontrar una razón para despertar una madrugada. Extraño despertar una madrugada. Querer hacerlo. Es tan infinito este instante que se traduce en minutos, tan irreparable, tan frenético. Y no sé por qué motivo es así. Por qué dejé todo en el suelo, abandonado. Abandonado.

Es como un deja vu constante. Es repetir los mismos pasos cada mañana, dejar que el mismo suspiro se escape de nuestra boca. Sin llegar a sentirlo. ¿Por qué no puedo hacer las paces conmigo? ¿Por qué llorar no alcanza? ¿Qué me falta que no quiero encontrarlo?. Un ente, solo un ente. Un asiento vacío. Una esperanza que no está. Un ser humano olvidado y dejado a la deriva por si mismo...

¿Existirá en alguna lejana ola del mar un nuevo sueño? ¿Esconderá la marea los restos de lo que fui? No soy yo, no soy yo... no soy yo. O tal vez siempre lo fui. Y todo lo que brilló alguna vez, quizás solo una máscara para hacer más reconfortante la desdicha de no saberme feliz. De nunca lograr mantenerme feliz. Siempre se escapa el sueño que alcanzás, siempre te deja con el sabor a derrota. A olvido. A nada.

3 comentarios:

laus* dijo...

arriesgarse es el punto de la cuestión; ser o no ser, la decisión más difícil por tomar y arriesgarse a vivir el principio o traer a nuestras mentes una vez más porque todo llegó a su final.
Es triste, porque no hay segunda chance en el pasado ni en el futuro, el presente gobierna nuestras vidas y dirige nuestros destinos, y supongo que aca aparece la culpa de la que vos hablás... del no poder o no saber hacer, y eso muchas veces nos termina limitando con todo porque empieza siendo un sentimiento específico que de a poco nos va agobiando y nos saca toda la seguridad que alguna vez tuvimos... nos embriaga, nos confunde y trae agarrado de la mano al miedo; es como si fuese un gran círculo...

nose carilina no ando con mucha cabeza hoy, quería hacer acto de presencia. Te adoro u_u

Mekans dijo...

¿Será que hay que ver hasta qué punto nos animamos a equivocarnos?

Aghr, muchas ideas juntas. Definitivamente, esto es para una charla con un café. Largo, muy largo... Digamos que sé lo que se siente todo esto desde 'el otro lado'

Besotes, Ale. A ver cuándo volvemos a hablar.

maria.antonieta dijo...

La culpa es tan propia y característica del ser humano, como esa necesidad de "autocastigo" que nos lleva a alejarnos de todo aquel ser que quiera hacernos bien, que quiera ayudarnos, escucharnos, o simplemente acompañarnos en silencio. Ese sentimiento de culpa que aparece sin que lo llamemos y que puede quedarse durante largo rato y tomar lugar como única compañía.
Es increíble la capacidad que tiene el hombre de hacerse responsable de muchas cosas que no le pertenecen. Por ejemplo, como bien vos decís " De que no nos quieran como nosotros queremos..." ¿Acaso tenemos culpa de eso? A mi entender no, pero es quizás más fácil y totalmente menos doloroso hacernos responsable de esa "falta de amor" por parte del otro, a intentar buscar la causa verdadera, a entender que no podemos manejar(lamentablemente) lo que siente la otra persona. Me enredé bastante con mis propias palabras, ¿no?

"De no robarte ese beso a medio caer, de no aceptar tu mano para sacarme de ese pozo, de no dejar que una sonrisa cambie mi día, de no encontrar una razón para despertar una madrugada." Simplemente hermoso.

Es íncreible pero leer lo que vos escribís me da mucha paz y suelo identificarme con muchas cosas.
Un beso grande señor! Un placer como siempre pasar por acá..