Es extraño pensar en todo lo que ha pasado en este tiempo, porque ha sido un torbellino de sensaciones, de picos por lo alto y por lo bajo, de miedos y certezas sucediéndose en paralelo. Y es extraño porque quién iba a decirme que hoy escribiría desde este lugar, ajeno a todo lo que alguna vez viví, con una perspectiva diferente.

Pero aunque pase el tiempo, cambie el espacio, se revolucione mi vida y todo haya dado un giro de 360 grados... en el fondo estoy yo con las mismas esperanzas, los mismos miedos, y la misma certeza de querer sentirme bien donde quiera que esté. Y eso es quizás lo que ahora se tambalea bajo mis pies, que me provoca un vértigo que nunca experimenté, porque nunca lo he vivido desde este lugar.

Todo ha pasado paulatinamente, a su modo y a su tiempo, sin prisa pero imparable. Y aunque he visto las señales, y las he traducido, identificado, expuesto... nada ha detenido ese camino que veía que se iba forjando. Y acá estoy, al final de él, o en medio (quién sabe). Preguntándome cuál es el siguiente paso, si hay un desvío que deba hacerse, o continuar dejando esta estela de tristeza en cada paso dado y dejar todo encharcado y sucio.

Parece ser que hace tiempo que noto cómo se van secando por dentro partes de mí, no sé si por la lejanía de mis afectos, por el choque cultural que ha sido mudarme de vida, por ver de forma borrosa las razones que me llevaron a hacerlo, o porque simplemente hemos cambiado y nos hemos vuelto idiotas irreparables. No sería extraño. Suele pasar que no sabemos cuidar de las cosas que hemos cosechado, y arruinamos todo exigiendo, forzando, dejando que lo natural y lo que se daba de manera fluída se convierta en una obligación, una receta mal redactada.

Yo no quiero dejar de sentirme vivo respecto a mí mismo, no quiero tener que hacer las cosas porque así deben ser, ni ser el individuo perfecto que los demás quieren que seamos. Hace años rompí con esa maldita costumbre y ahora vengo a darme cuenta que estoy volviendo sobre esos pasos, encegueciendo poco a poco y no reconociéndome en el espejo. El espejo. Que siempre supo decirme más que lo que yo estuve preparado para entender.

Pero al menos algo sí he aprendido, y he podido mantener en el tiempo. Y es a no guardar todo este sentimiento hasta que explote, y ser capaz de ir diciendo poco a poco cómo me siento y por qué. Aunque puede que ya no haya nada que hacer, no me quedará la espina atravesada por no haber hecho nada para no llegar a este punto. Y eso, aunque parece un pequeño cambio, marca toda la diferencia.

Hoy por hoy me levanto y tengo buenos y grandes motivos para hacerlo, pero a medida que pasan las horas el gesto en mi frente se arruga, el mal humor se acrecenta, mis ganas se diluyen y para cuando ya ha pasado casi un día siento que llevo un lastre que me absorbe, que no me deja avanzar. Me siento pesado, ahogado, solo. Todos sentimientos que conozco de primera mano, porque he estado ahí, y sé hasta dónde puedo aguantarlos.

Por lo pronto, escribo. Algo que llevo hace tiempo queriendo hacer y que siempre me ha permitido alivianar un poco la carga y recordarme quién soy, qué es lo que me gusta de esta vida, cuánto valgo y cómo quiero recordarme el día de mañana cuando el tiempo se haya extinguido.

Así como conozco los sentimientos de tristeza antes descritos, también he conocido sentimientos innatos de algarabía y reconciliación para conmigo mismo, y no quiero renunciar a ellos, porque sé que la vida es mucho más simple de lo que la complicamos. Porque sé que se necesita una cuarta parte de las cosas que tenemos y que todo está en los detalles. Ahí es donde vale la pena vivir. En esos momentos, y no en los demás.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que pena que tengas que recurrir al blog cada vez que estás mal y que tu mundo se tambalea, qué pena que no tengas la confianza para hacerlo conmigo que estoy acá mucho más cerca y que te pregunto a veces cómo estás... Esperando que algún día si tienes la necesidad de derrumbarte, porque así lo sientes, lo hagas de mi mano sabiendo que yo no te dejaría caer nunca. Que pena que llevemos dos días sin apenas hablarnos y para saber qué te pasa por la cabeza siempre tenga que venir a este rincón a ver qué le cuentas al mundo y no eres capaz de contarme a mí... Que pena todo la verdad.