No tengo claro con qué palabras empezar a escribir esto, se me deshacen los dedos cuando quiero que transmitan lo que siento. Una mezcla familiar de desencanto, tristeza y resignación. Cansancio tal vez. Sentir que cada paso que damos se nos hace cuesta arriba, como cada promesa que no cumplimos, como cada contestación que nos dimos.

Me aferro a anécdotas de otros años donde nos recuerdo más felices, más cercanos, más humanos. Donde nos quedábamos horas hablando de cosas sin interrumpirnos para hacerle saber al otro nuestra única e inalterable verdad. Donde la televisión, la música e internet eran poco importantes cuando estábamos frente a frente. ¿Qué pasó? Quisiera saber qué pasó. Por qué ahora somos tan típicos, por qué caímos en lo que hace la mayoría de la gente: individualistas, sin poder pensar más allá de nuestra nariz, ficticios.

Recuerdo amar tu sencillez, lo feliz que eras con cosas simples, intangibles. Quedarnos bailando una canción en medio de la noche, y luego abrazarnos simplemente en silencio. Apretando fuerte para no soltarnos. Hoy miro al living y veo dos sillones traspuestos donde cada uno hace su nido, envueltos en la incandescencia de una pantalla pequeña que relata la vida de otros y la nuestra maquillada. Estamos en el mismo espacio, pero a kilómetros de distancia.

Y no puedo estar más que triste. Porque nunca quise para nosotros una vida así. Y a pesar de las miles de conversaciones, y discusiones, y acuerdos a los que llegamos para intentar subsanar todo esto, siento que cada vez nos vamos alejando más. Y que siquiera hablar del tema saca crispaciones, desaires y toda una locura donde no entiendo por qué estamos juntos. Por qué sufrimos así.

Yo no quiero verte triste, ni aburrida, ni buscando en otras cosas lo que no encontrás en tu día a día. Nunca quise esa vida para vos, y si para evitarlo hay que tomar una decisión unilateral que nos permita volver a tomar aire y empezar, quizás vaya siendo momento de tomarla. Porque no imagino una vida juntos con tanta distancia entre nosotros, proyectando cosas que queremos pero que se deshacen minuto a minuto. No quiero que pierdas tu sonrisa ni las ganas, ni yo la certeza de sentir.

Extraño el contacto, ése que simplemente era para quedarme dormido entre tus manos acariciando mi cabeza, o vos cobijándote en mi pecho buscando refugio. Hablar de lo que sentimos, de lo que soñamos, de lo que perdimos. Hablar, y no defender cada uno su postura, estando en todo momento atentos a quién dice algo de más o de menos. Eso no es una pareja, eso son dos personas individuales queriendo tener razón y nada más. Y estoy cansado de ese juego infame de justificarnos para todo.

Fueron cuatro días los que bastaron para terminar de darle sentido a esta idea. Cuatro días en los que compartir se volvió una realidad sólo cuando estábamos comiendo en algún lugar, porque el resto del tiempo el silencio se paseaba entre nosotros y el brillo palpable de un aparato electrónico captaba tu mirada y toda tu atención. Donde verte disfrutar era simplemente sacarte una buena foto con pose incluída. Compartirla. Hacer formar parte a todos. Mientras entre nosotros no formaba parte ese momento, ni podíamos contemplar juntos al Sol cayendo, ni caminar a la par porque al girarme estabas varios metros detrás retocando fotos o charlando con el mundo.

Y aunque el primer impulso es gritarte que dejes de hacerlo, luego calmadamente me di cuenta. Que si lo hacés es porque eso te llena más que lo que tenés en ese instante al lado tuyo. Y entendí que ya no hay nada que hacer. Porque yo no quiero reclamarte atención, ni que me mires a los ojos cuando te cuento algo, ni que me des un beso o me acaricies. Yo no quiero tener que decirte esas cosas, porque eso tiene que salir naturalmente desde adentro. Y cuando algo así no pasa, hay que saber escuchar también. Y yo que siempre estoy intentando aprender de las cosas, creo que esta vez va siendo hora de aprender nuevamente. Que nada es para siempre, y que no hay nada malo en eso. Simplemente tenemos que ser lo suficientemente valientes de seguir buscando nuestra felicidad, y dar paso a lo nuevo.

Te amo. Y sos una de las personas más importantes de mi vida, porque sos el motor de muchos cambios. Me hiciste darme cuenta que valgo, que también tengo cosas para dar, me has querido muchas veces más que lo que me quiero a mí mismo. Y sos una parte grabada que no se borrará con nada. Pero a veces no te reconozco, te miro y te observo y no encuentro a la chica sencilla que tanto me gustó cuando la vi sonreír por primera vez. Y me pregunto si ese cambio lo pude haber provocado yo. Porque si es así no me lo perdono, porque no me gustaría ser el culpable de tus desaires o de tu manía de estar chequeando constantemente lo que pasa en una pantalla. Vos no eras así. Y estoy seguro que mucho de eso tiene que ver conmigo. Porque cuando no estamos bien con lo que nos rodea, tendemos a refugiarnos en lo externo. Lo sé porque lo hice muchas veces en mi vida. Demasiadas.

Ojalá encontrara la manera de volver a lo que fuimos alguna vez. De recuperarnos como personas y como pareja. De mirarnos a los ojos y sentir que queremos lo mismo. De que nos alcance cómo es el otro. De que no nos haga falta nada más que caminar juntos en la misma dirección. Pero como dijiste muchas veces, somos tan distintos que lo poco que teníamos en común, si lo perdemos, perdimos. Y siento que está pasando. O que ya pasó. No lo sé. No sé si quiero seguir creyendo que se puede, pero la verdad es que, como dije al empezar, estoy cansado. De creer. De decirnos cosas. De poner en palabras lo que haremos. Ya sólo creo en lo que veo, en las acciones, en las actitudes. Lo demás es otra forma de justificarnos. Una vez más.

No tengo claro cómo terminar de escribir esto. Se me deshacen los ojos en lágrimas cuando describo lo que siento. Sólo sé que somos dos buenas personas, y que nos merecemos ser felices. La pregunta es cómo y cuándo.

1 comentarios:

Cirlene dijo...

Me fez arder por dentro , o som fez meu coração chorar .🥺😘