Tengo una anécdota de mi niñez grabada a fuego y siempre puedo recordarla. Eramos chicos, vecinos, casa con casa y jugábamos a que podíamos hacerlo todo. Que nada nos hacía mal, que éramos intocables. "Somos los mejores", solíamos elogiarnos. Hasta que un día jugando con la bicicleta caí en el asfalto y de la rodilla empezó a brotar mucha sangre. Quizás era mucha menos, pero mi miedo de niño más lo impresionables que solemos ser, parecía que me iba a hacer desangrar.

De repente esa tarde me encontró en el frente de mi casa sentado junto a la puerta. Con la mirada perdida en el suelo. Derrotado. Y él, viniendo a buscarme, me dijo "¿qué pasa? vamos a jugar". A lo que yo señalando mi rodilla llena de sangre coagulada le dije "no puedo".

"¿Qué cosa no podés? ¿no te acordás? ¡Somos los mejores! ¡Podemos ir a jugar aunque te haya pasado eso!".

Mis oídos atentos y mis ojos expectantes escucharon esas palabras como una afirmación incontestable. El dolor que sentía más la depresión que me había quedado de un soplo había desaparecido. Una sonrisa alterada brotó de mi rostro y levantándome de un salto dije "¡Es verdad! ¡Somos los mejores!".

La noche nos encontró cansados de jugar y diciéndonos uno al otro que nunca habría nada que no pudiéramos hacer. Inconscientemente, nos dijimos que si el otro nos empujaba hacia delante, nosotros iríamos con él.


Esta anécdota habrá pasado hace más de 20 años, y aunque es simplemente una historia más de un chico que se golpeó jugando y se volvió a levantar, me ha dejado siempre pensando cada vez que la recuerdo. Es que es verdad. Salvando las diferencias de las cosas que le pasan a un chico y a un adulto, todo se resume a lo mismo. Si por dentro dejamos de darle lugar a eso que nos afecta tanto, el resto es simplemente tener la actitud necesaria y alguien en el camino que te acompañe. Que confirme lo que vos ya sabes; que todo pasa, que nada es tan grave, y que si vos me das la mano, juntos podemos hacer lo que queramos.

Dame tu mano, y confiemos.

5 comentarios:

Oli sala verde dijo...

Palabras justas en el momento justo. Millón de gracias!

hana dijo...

Me recordaste una anecdota, eran pruebas que nos hacían los chicos para poder estar con ellos, (en realidad creo lo hacían por entretenimiento), yo con diez años o por ahí, saltar desde un muro de obra de las bajeras vacías que había en un barrio nuevo, salté desde luego, los tobillos retorcidos, pero lo suficientemente fuertes para reclamar superada la prueba.

caminar de la mano me fascina, tengo que repensar a ver de dónde me viene, me intrigaste

saludos

Unknown dijo...

Me gustó como transformaste tu recuerdo en una reflexión. Es cierto, tener alguien a mano es fundamental para seguir.

María dijo...

Cuesta llegar a ese convencimiento, pero es así, tan simple...tan simple que tendemos a complicarnos la existencia...

Inquieta Manía dijo...

Y a no olvidarlo nunca!