Estoy durmiendo mucho, cosa que es rara. Aunque en mi rebuscada mente empieza a tener sentido. Porque quiero que los días pasen lo más rápido posible hasta poder volver a saber de vos. De tus días. Y empieza a generarse dentro mío esa certeza de que quizás eso no vuelva a pasar, de que poco a poco te vas a ir alejando hasta desaparecer.

Prometí no angustiarme, pero cómo le hago entender a quien soy que no tengo que necesitarte?. Cómo no preocuparme sabiéndote rara y triste, cómo no dolerme si me duele igual?. Aprendí con el tiempo a no forzar las cosas, y por eso adopto esta postura pasiva de dejarte en paz. Pero mis deseos son otros y no los puedo manejar, no se qué hacer con ellos. Estoy tan triste desde que no estás.

Parece mentira que hasta ayer la vida era una cosa y en un abrir y cerrar de ojos pasó a ser otra. Que cuando ya nada tenía sentido de repente todo se iluminó. Pero lo que no parece mentira porque me pasa siempre es que esa luz decidió apagarse. Y yo con ella. ¿Pensarás en mí? ¿Me extrañarás? De a poco las respuestas a estas preguntas se acortan y parece haber siempre la misma afirmación: que no.

Ayer hablaba con alguien a quien me animé a contarle cómo me sentía. Y esta persona me dijo que tenía que estar orgulloso de mí, porque a pesar de sentirme mal por ser el único que sentía de tal forma, me importaba más el saberla mal. Y el no poder hacer nada para ayudarla. Yo le decía que de poco me sirve tener orgullo de mí mismo si al final eso nunca me trae felicidad. Y que tampoco aliviaba la pena de saberla triste.

Es una impotencia que llega a todos los rincones del alma. Es hacia mi, por no encontrar nunca la manera de estar bien. Es hacia ella, por no poder darle ni un poquito de la felicidad que se merece. Es hacia las cosas, por no saber manejarlas. Y de todas esas sensaciones que se entremezclan es que el día se hace cuesta arriba todo el tiempo, y quiero que el sueño se lleve la pesadilla. La de siempre.

Quizás si sintiera menos las cosas... pero no sería yo. No sería yo si no te tuviera presente a estas horas, si no me doliera verte mal, si no te extrañara, si no me afectara. No sería yo sin estas lágrimas que estoy largando ahora, sin poder aguantar las ganas de buscarte. No sería yo si no me fijara en los detalles.

Pero lo único que me ha traído ser así ha sido siempre el estar mal, porque a nadie le importa tanto. Es cierto que cuando estoy bien la felicidad es incontenible y nadie puede ser más feliz que yo, pero cuando eso pasa nadie puede sentirse peor que lo que me siento. Y aunque creo que muchos lo hacen como un mecanismo de defensa, yo nunca aprendí a usarlo. Y acá voy por la vida, siempre tan vulnerable. Tan abierto a quedar al descubierto y sufrir.

Te extraño, te extraño y me aguanto todo el tiempo el decírtelo. Tengo miedo de que salgas corriendo, pero tengo la sensación de que ya lo hiciste. Y otra vez empiezo a llorar. Como un nene, como si fuese la primera vez. Será porque todas las cosas que vivo las siento como si fueran la primera vez, queriendo una y otra vez volver a confiar e ilusionarme y estar bien. Pero no estoy bien. Porque no estás.

Volvé. Aunque lo que quisiera en realidad es que quieras volver, y no simplemente que vuelvas. Volvé porque estoy olvidando por qué me reía cada día. Volvé porque tengo la urgencia de necesitarte. Volvé porque sin vos el día es siempre gris. Siempre terminal. Siempre inalcanzable.

Estoy harto. Harto de perder a todo el mundo. Decime de dónde saco las palabras que día a día me alimentaron. Me dieron fuerza. Me dieron ganas. Decime a dónde ubico tu recuerdo, qué lugar exacto le doy en mi corazón si ni siquiera puedo abarcarlo. Decime por qué te fuiste, o no me digas nada... simplemente no te vayas. Porque si te vas mi sonrisa se la lleva el suelo, mis manos se hielan y mi voz se apaga. Si te vas yo me apago.

Si te vas... no te vayas.