... y entonces me volvés a sonreír. Y yo, anhelante de tu risa, vuelvo a ser feliz. Y así me quedo todo el día, con la sensación de saberte parte de mis días aun sin siquiera haber rozado tu pelo, tu cintura, tu calor. Llega la noche y me encuentro con que no estás, voy al sitio de siempre y no hay rastros tuyos. Entonces recreo en mi cabeza las cosas que nos dijimos, los desaires, los guiños callados, las risas escondidas, los miedos olvidados.

Hasta que amanece nuevamente y ahí estás, despojando la nada de mis mañanas. Tal como quisiera despojarte de tu ropa. Y otra vez me dejo llevar por tus palabras a medio decir, por los silencios que gritan más de lo que callan, por ese abrazo que se hace presente aunque no te toque. Como si pudiera tenerte entre mis manos y rociarme de tu perfume, de tu respiración entrecortada por mi boca. Fundir tu cuerpo con el mío hasta que la soledad se extinga, hasta tumbar al vacío.

Ya no sé, ya no busco la razón. Ni quiero pensar en lo que va a ser de nosotros, porque lo que realmente me interesa es lo que es ahora. Cada minuto que me dás. Y si las ganas se quedan estancadas, y si las palabras no salen desde adentro, y si nos ahuyentamos a nosotros mismos antes de acercarnos... querrá decir entonces que habrá que faltarle el respeto al futuro e inventar uno propio. En el que vos y yo no tengamos tiempo para respirar otro aire que no sea el nuestro.

Para desafiar al destino con tu voz atravesada en mis oídos.

1 comentarios:

(andrea) dijo...

desafiar al destino... que hazaña... si averiguas como hacerlo, enseñame, por favor.

un guiño callado amigo