Te dejaste acariciar por mis húmedas sonrisas, impacientes porque no las veas, indiferentes a tu atención. Yo imaginando tu rumbo perdido te seguí los pasos, sin darme cuenta que me estabas buscando con la misma intensidad que yo. Con tus miedos en la boca risueña. Y te abracé, y el mundo se desdobló bajo nuestros cuerpos que aún no sabían del dolor... o que ya lo habían olvidado.

Después pasó la hora, los besos y las risas. Y todo el tiempo se empezaba a hacer más corto mientras la Luna se asomaba, y casi sin notarlo nos descubrió la madrugada bajo las sábanas transparentes. Eras todo, todo lo que imaginé. Todo y mucho más. Acostada sobre mis brazos te quedaste, y sin abrir los ojos recorrí tu espalda palmo a palmo... mientras que tu entrecortada respiración silbaba mi nombre.

Así quedaron las dudas tiradas junto al pie de la cama, ausente ya de voz. Era el silencio de la noche el protagonista, tus pies fríos cobijándose entre los míos y mi pecho inflado del aire que aromaba la habitación. Tu pelo. Tu calor. Eras vos envuelta en mi, era yo siendo feliz.

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