Hay días donde la rareza encuentra su lugar cerca de mi cuadra, donde me espera en la esquina como aquellos viejos amantes que un día no se vieron más. Donde deposito mi angustia para que se la lleve alguien, alguien que no sea yo. Por esta vez. Son días en que la sensación de vacío roza mi cama y donde enumero en hojas todas las cosas que quisiera hacer y no puedo.

Tal es así que la melancolía se asoma por entre las sábanas y quedo yo frente a ella. Y el silencio se adueña de mi voz, y el día -ya gris- se ensombrece para quedar totalmente a oscuras dentro de mi alma. Son días en que te extraño, como hace rato no extrañaba. Días donde sonrío por eso, y se arruga mi pecho por saberte lejos y fuera de mi alcance.

Y así pasó hoy, este Domingo tan Domingo como hacía rato no tenía. No sé si fue porque no supe nada de tu vida o porque de a poco comienzo a comprender la realidad. Pero nada de eso importó, porque de un soplo, de un momento a otro... apareciste. Apareciste y todo lo sombrío que fue este día se hizo luz. Y casi sin pedirlo, necesité que me hablaras y me contaras de tu día, de tus cosas, de todo lo que amo ser testigo.

Y me di cuenta, una vez más, que esto es real. Que aunque no tenga sentido te necesito, y me pesa cada hora desde que no estás. Desde que te vas. Y cuento los minutos, las nubes, los pájaros, los soplos del viento, las hojas del calendario. Cuento tus pasos entrecerrando los ojos y queriendo creer que se acercan a mí. Pero nunca llegás, y al abrirlos la misma silenciosa habitación en la que estaba al despertar.

Un Domingo más. Triste, lleno de sombras, ausente. Hasta que tu magia se desprende de los rincones y yo logro respirar. Un aire fugaz, momentáneo, pero lleno de tu vida. Queriendo que seas parte de la mía.