¿Y si la vida nos demuestra que en cualquier momento podemos encontrarnos?. Porque pareciera que el estancamiento en que un día decidimos quedarnos, de repente se dispersa y quedamos solos frente a un horizonte, totalmente nuestro. Y ahí solo queda una decisión, de frenar o ir a buscarlo. De llenar ese espacio que se nos presenta delante nuestro. De buscarnos a nosotros mismos en un futuro que aún desconocemos, tan lleno de por qués.

Ahí estoy, y la sensación es bellísima. Lo es porque estoy tranquilo, queriendo encontrarme sin darme la espalda, sin mentirme, sin negarme. Es como si en un abrir y cerrar de ojos encontré un momento para mí, para mis miedos, para mis sonrisas escondidas. Y no tengo la urgente necesidad de saber qué pasará y si habrá un futuro por delante, me quedo tan solo con este momento, justo, preciso, imborrable.

En todos estos años aprendí que no sirve de nada plantearse una meta absoluta en el amor, que lo importante es vivirlo ahora, y no acallar la necesidad de sentirlo. Si mañana esto se dispersa habrá que llorar y extrañar y quejarse, pero volver a empezar. Porque la vida es un constante volver a empezar, y tenemos que aceptarlo y amigarnos con esa idea. Porque si no lo hacemos padecemos cada día y cada despedida, padecemos las horas como si fuesen dagas en el pecho. Y la vida no es eso, la vida es mucho más.

Asi que ahí voy, con un horizonte despejado. Ahí voy con un abrazo a cuestas y unos besos regalados. Ahí voy con esta vida que se empeña en demostrarme que todo lo que creí puede estar equivocado, que todo lo que padecí fue tan solo una forma errónea de ver las cosas. Ahora me veo, me encuentro, y me sigo buscando.

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