Tiemblo. La estructura que hay debajo de mis pies se tambalea, e intento abrazarme a algo que me devuelva la serenidad. Y no lo encuentro. Tiemblo. Las nubes de algodón que construían esta patria, hoy se deshacen. Y lo hacen de un solo golpe. No hay preámbulos, ni coartadas, ni formas de ver las cosas. Lo que está ahí se diluye y uno es testigo de su propia vida que se va. De las ganas que se destituyen a sí mismas. De la poca fe en la humanidad.

Miro a mi alrededor y pocas cosas me devuelven una sonrisa. Pareciera que todo se hubiera alargado tanto que ya la cuerda cedió, quedamos cada uno de su lado y en el medio lo que en algún momento pudo haber sido nuestro. Lleno los espacios en blanco con recuerdos y deseos, pero son sólo eso, historias que mi mente pudo rescatar de un presente que se nos hizo imposible. Lloro con angustia, y no es por amor ni odio, es por desgana. Por sentir que siempre que construyo todo se derrumba.

Y estoy cansado. Cansado de esforzarme por hacerle bien a los demás, cuando el resto del mundo sigue sin golpear por tu puerta. Es como si nadie te reconociera frente suyo, excepto cuando su vida tiene que fluír en vos. Y tengo miedo. El mismo miedo de siempre. El de por fin bajar los brazos y no intentarlo más. El dictar sentencia y declararme en estado de sitio. El olvidarme de mí. Yo no sé por qué pasa, si es por puta ingenuidad en esta vida o porque no sé hacer las cosas bien.

Sea como fuere, todo tiende a diluírse y lo que alguna vez me llenó de esperanzas y de aire, hoy me desinfla como un globo dejado a la intemperie. Listo para aniquilarme. Dispuesto a ceder.