Las ventanas de la habitación que dan a la luz que desprende la calle, descansando mis ojos incrédulos de tanta belleza. El aire se renueva como si hubiésemos contenido la respiración por un tiempo y exhalaramos para volver a sentirla, por entre las sombras de sus pasos. Es otro día, uno más en esta fría calle de mi barrio. La gente camina sin saber hacia dónde y no notan la falta de sentido en todo esto, no se detienen a preguntárselo. Quizás es mejor ignorarlo.

Pero yo no lo voy a hacer. Porque plantarme ante el espejo y cantarme las verdades de las que estoy hecho es parte de un proceso liberador que estoy dispuesto a empezar. Como hace rato no lo estoy. Listo para dejar de disfrazar mi tristeza y sentir en la piel lo que mi alma añora, aunque nadie lo entienda. Aunque sea el silencio y yo frente a frente.

La vida se echa a dormir la siesta mientras el viento la mece suave, y yo me quedo a su lado para contemplarla dormir. Soñando mundos mejores de los que le ha tocado, y deseando que en todas partes sea primavera para mi. El rumor de una ola lejana se aproxima entre el horizonte, y las gaviotas emigran al país del que nunca se debieron ir.

Acá me encuentro, acá describo las perfectas imperfecciones que hay en mí. Es otro día en esta nueva aventura, otra manera de amigarme con el que fui. Para no dejar nunca de ser. Y esta nueva sensación te la debo a vos, que me regeneraste las células muertas que creí tener. Ahora las percibo cerca mío, y recibo con los brazos abiertos a este viejo yo, en este tiempo. Bajo este Sol. Queriendo ser el que siempre fui, descubriendo al que aún no descubrí. A mí, y nadie más que a mí.