Esta noche me ha sorprendido con la mirada cruzada, con las ganas entreabiertas, con el corazón abrigado pero al descubierto. Y mientras la energía fluía y la cercanía de la gente que rodeaba la mesa me arropaba, me puse a hablar de ustedes. Y aunque el corazón se me hinchaba por nombrarlos, se me encogía al pensar en las cosas que en esas cabecitas podrían estar pasando. Y sobre todo, en ese corazón. Tan pequeño y con tan pocas heridas, que por momentos tiemblo al pensar en las heridas que pueden estar desarrollando ahora. Y aunque es masoquista e insano castigarme con la situación que nos toca vivir, me es inevitable saberlos tristes, ajenos, paralizados ante una vivencia que estoy seguro ninguno deseó vivir.
Hoy duele nombrarlos y pensar en lo tristes que pueden estar sintiéndose, en lo trastabillado de su día a día, en una rutina que se rompió en mil pedazos un día y nadie sabe muy bien por qué. Y menos ustedes.
Sé que este desahogo no arregla nada, ni les hace sentir mejor, ni les da calma en esa mente confundida y trastocada que les toca moldear. Sé que esto no me sirve ni a mi, porque lo único que consigue es hacerme soltar las lágrimas que vengo aguantando por no profundizar en todo lo que está pasando. Pero estaba claro que eso no iba a sostenerse, que la idea de un proyecto que se rompió poco a poco iba a hacer mella en este ser humano que parece aguantar todo pero por momentos se diluye. Que se llena de fuerza por todo el amor que tengo para darles pero que por un momento siento que no les alcanza. Que ustedes querrían otra cosa, lo de antes, la seguridad de tener lo mismo cada día.
Hoy su día a día es imprevisible, por más que nos empeñemos en explicarlo, reforzarlo, o en tratar de convertirlo en rutinario. Para ustedes no hay rutina si lo que hace muy poco fue una realidad constante y clara hoy no está. Por más que vengan los de afuera a explicarnos cómo hacerlo, a darnos consejos sobre su experiencia, a aclararnos el camino con su realidad. La realidad es que la nuestra está llena de interrogantes, de dudas, de miedos, de inseguridades. Y me parte el corazón verlos atravesar esto, me siento impotente, inútil, lleno de rabia. Por momentos sin salida. Agotado. Sin saber qué hacer.
Sin embargo, cuando los veo y me dan ese abrazo gigante me atraviesa la certeza de saberlos ahí, cerquita mío. Reforzando que siempre estaré. Que no los dejaré solos. Que son el motor más vital e importante de toda mi vida. El motivo principal por el que sonrío y me divierto con sus tonterías, aunque a veces el día se haga cuesta arriba. Aunque a veces parezca que no doy más.
Por ustedes lo doy todo. Porque ustedes me dieron todos los motivos para levantarme cada día y volver a empezar.

