¿Cómo llegué a este punto? ¿Cómo pude enrevesar las cosas tanto como para encontrarme, hoy, sólo y aislado en mi propia tristeza? ¿Cómo me alejé de todo el entorno que me ayudó a forjar quien soy hoy? ¿Por qué ya no encuentro un rastro de la alegría que llenaba mis días y me encontraba un atardecer mirando cómo caía el sol?.

Es como si hubiera seguido todas las recetas para terminar de esta manera. Sintiéndome desolado por no reconocer a quien creí que, pasara lo que pasara, siempre estaría para darme un refugio donde cobijar mis miedos.

He leído mucho últimamente sobre el grave error que cometemos las personas al vaciar el vaso de todo el amor que tenemos para llenar el vaso de alguien más y encontrarnos, luego, vacíos por dentro.

Yo no quiero sentir este abismo que recorre mis manos y mi pecho, no quiero aceptar que todo el amor y la energía que puse para construir algo hoy se destruya irremediablemente en mil pedazos. No quiero pero no puedo evitarlo.

Llorar y maldecir sólo permiten que este dolor salga un poquito de adentro, pero me encuentro lejos de todo y de todos, y peor aún, de mí. Con los años aprendí a sanar y empezar a confiar en los demás, pero hoy vuelve a darme la vida un cachetazo de esos que me hacen ver que otra vez el mostrarme vulnerable me ha dejado roto. Y me culpo por eso. Aunque valga la pena hacerlo. Hoy no puedo ver ese valor, sólo puedo sentir la pena.

Pena de no saber cómo seguir ni por dónde tirar.
Silencio desgarrador de no verme en el espejo.
Vacío y sin ganas de luchar por mi.

Pero sí por ellos, aunque ahora no tenga fuerzas ni para levantarme de la cama. Ni para hacerles un chiste idiota que los haga reír. Porque el idiota soy yo, y me mata no poder estar como ellos se merecen. Me rompe el alma que tengan a su padre en este estado. Quiero pero no puedo. Y ese no poder me deja más roto y sin recursos.

Sin aire. Y sin mi.