El tiempo. Ese incesante camino que parece tomar otra dirección en ocasiones, para finalmente quedarse donde estaba. El tiempo es una línea recta, que atravesamos queramos o no. Y en ese mismo tiempo, no en otro, está nuestra vida... plagada de cosas que hicimos y dejamos de hacer, llena de recuerdos, de miedos y esperanza. Uno no decide empezar a recorrer ese camino, nacemos en él. Pero tardamos años en darnos cuenta.

De alguna forma nos las ingeniamos para distraernos, para hacer de cuenta que nos detuvimos en la banquina. Pero tan solo nos ausentamos, viendo cómo seguimos en el mismo punto recorriendo los kilómetros. Siendo testigos de lo que nos pasa. Y aún en esa ausencia, en ese no hacer, estamos decidiendo hacer algo. No actuar. No ponernos al frente de nuestra vida, que es solo nuestra.

Se van apareciendo personas que nos acompañan, que nos ponen piedras, que nos quieren derribar, que nos aman, que nos lastiman. Y algunas personas creen ser dueñas de una parte nuestra, creen que formaron un vínculo tan estrecho que condicionan lo que somos. Y eso sigue siendo una distracción, una forma más de ausentarnos. Dejando que esa decisión la tome otro, sin darnos cuenta que la seguimos tomando nosotros.

Después nacen las excusas, las razones de por qué no pudimos, de que no nos dejaron, de que no es nuestra culpa. Y esa persona un día decide desaparecer, así como llegó, para decirnos que ahora nos dejaba todo en nuestras manos. Donde siempre estuvo. Y nos llenamos de miedos, creyendo que no sabemos cómo avanzar si nos falta la persona que nos guiaba.

¿En qué momento eso pasó?. Creo que las personas no tenemos ni idea del poder que tenemos sobre nosotros mismos, de lo responsable que somos de lo que nos hace bien o nos hace mal. Es siempre una decisión, que se ve mermada por el miedo a fallar. Depositando nuestra esperanza en alguien más para que, si eso no funcionase, no seamos nosotros los responsables. Y lo somos.

Lo somos desde el día que nacimos, porque estamos ahí, avanzando en el tiempo. En línea recta, sin poder detenernos a observar. ¿Y la felicidad? nos preguntamos, ¿La felicidad donde está?. Está en lo que decidas, en lo que te hace bien. Está en lo que te completa. En lo que vos elijas hacer. ¿Cuándo vamos a decidir? ¿Cuándo vamos a dejar de tenernos miedo? ¿Cuándo vamos a buscarnos sin temor a lo que podamos encontrar?.

Cada día me convenzo más de que a los seremos humanos nos da terror saber quiénes somos, porque tenemos dentro cosas excelentes y otras no tan buenas, e intentamos durante toda nuestra vida cambiarlas. Porque nos sentimos culpables por ser así. Y ese miedo y esa insistencia en el cambio, en dejar de ser lo que somos, es lo que nos angustia. Lo que nos deja al borde del camino sin querer hacernos cargo de la persona que somos.

Pero por más que nos ausentemos de nuestra verdad, seguimos siendo los mismos. Y el tiempo sigue en línea recta, sin importarle si decidimos dejarnos estar o ponernos al frente. Pongámonos al frente. Ya lo estamos decidiendo, aún si nos quedamos sentados. Siempre estamos decidiendo. Y la decisión más difícil es aceptarnos tal cual somos, sin querer cambiar nuestra esencia, sino más bien preguntándonos por qué. Qué se esconde detrás de nuestros defectos, por qué nos molestan, por qué nos provocan rechazo. Por qué nos ponemos siempre detrás.

Volvé al camino, al tiempo en línea recta. Y moldeá tu propia curva, tu propia vida, tu propia elección. No permitas que el temor te paralice, te acongoje, te reprima. Al final de cuentas el tiempo sigue imparable y no se trata de lo que él haga por nosotros, sino de lo que hagamos mientras tanto en él. Porque la vida no es lo que se pasa, es el tiempo. La vida tan solo existe en función de lo que decidamos vivir. Porque vivir lo hacemos siempre, estando en estado de inacción o no. No hay inacción, solo una apariencia. Una distracción. Porque incluso en ese estado de ausencia estamos decidiendo. Viviendo. Sintiendo.

Miedo, valor, arrepentimiento, alegría, depresión, esperanza, costumbres, odio, vergüenza, amor, soledad, desprecio, amistad, pena, felicidad. Estamos compuestos de todo eso, en un solo envase. Aceptemoslo de una vez y dejemos de darnos la espalda, suponiendo que con eso alcanza. Quien nos ame, quien nos aprecie, quien nos respete... que lo haga por alguien que somos, y no por una idea de lo que quisimos ser. Porque las ideas son solo eso, y lo que perdura es lo que vemos detrás del espejo. Sin el filtro que nos imponemos.

Vivamos sin el filtro, el nuestro. El que reconocemos en la soledad, cuando se apagan las luces, cuando nadie nos nombra. Cuando la verdad se asoma totalmente desnuda. Dejemos de cargarla de complejos y abracemosla, que después de todo... es la única que nos acompaña. Y por eso cuando nos enamoramos nos redescubrimos, porque queremos darle a esa otra persona todo lo real que escondemos durante el día. Dejemos de escondernos. Salgamos al camino.

A caminar...

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