Desolado paisaje. Levantarte con toda la desgana del mundo, abrir la persiana a un nuevo amanecer, teñido de ausencias. No presenciales, no de personas. Sino de ganas. Esa sensación a cuestas de que la felicidad que encerraba cada día en ocasiones se apaga, y yo sin saber si es algo pasajero o se queda. Yo sin saber qué me pasa por dentro de esta catarsis que exhala angustias y miedos.

Miedo a renunciar, a resignar, a quedarme con el horizonte que se expande ante mí. A no abrirle un hueco por esa rendija que tiempo atrás era toda mía. Muchas veces prometí, a fuerza de las sensaciones vividas, que si un día el Sol opacara mi ventana yo sabría cerrarla y empezar a construir otra. Pero me olvidé de la certeza de saber si es así. Olvidé la clara sensación de estar haciendo lo correcto cuando te miro a los ojos y simplemente respiro hondo y cedo. Porque las palabras y las miradas que tuvimos parecen simplemente un eco. Perdido, sin rumbo. Como me siento a veces al mirar mi hoy.

No es que las ganas no sigan estando, todo lo contrario. Son las ganas las que se desilusionan, las que se dan golpes a secas, las que me miran pidiendo una respuesta. Y no sé si es el desgaste diario, si son las altas cuotas de orgullo con las que cargamos, si es que en el proceso nos olvidamos de lo importante para dar lugar a lo trivial, a lo superfluo, a lo que molesta del otro si no es como yo lo quiero.

A veces me parece que todo pasa demasiado rápido, que son muchas cosas juntas que no termino de asimilar. Que no existió el espacio sereno y calmo de ir afianzandonos el uno con el otro. Pasó de repente. Un día juntos y a enfrentar lo que venga. Y no es que eso esté mal, de hecho es una motivación única e inigualable. Pero también un pozo que se mete de vez en cuando en el camino. Y cualquiera que caiga en él, estará a salvo si el otro le tiende la mano y lo saca de ahí. Lo que me asusta, lo que me inquieta, es qué pasa si un día el otro está tan distraído que no se da cuenta que va solo en el camino.

Siento que cada vez que quiero construir, el mundo y su infelicidad conspiran para torcer todo sueño. Que es muy difícil valorar al otro y saber quedarse cerca de él. Que ponemos las peores trabas a las cosas que la vida nos regala, que vamos muy distraídos, absortos en problemas que no son importantes. Y la humanidad interior, ese bien preciado que ya nadie recuerda, se desquebraja una y otra vez. Porque nadie se acerca a juntar los pedazos. Porque todo se deja desmoronar en un descuido.

La vida es terriblemente hermosa. Terrible. Lo que sucede es que en ella vivimos las personas, y está tan descuidado el mundo, que no somos capaces de estar en paz con él. Ni con nosotros. Y si no podemos reconstruirnos desde adentro, si no somos capaces de elegirnos, cómo podemos querer construir de a dos. Parece una ecuación irresoluble. Una trampa del destino.

Un embrujo del amor.

2 comentarios:

Vane dijo...

La vida es terriblemente hermosa...me guardo este ultimo parrafo..tu escrito muestra mucho de vos y de tu estado. Quiero que sonrias...con una sonrisa a medias o requebrajada..pero sonrei y demostrale a este mundo que no te consumio..

Abrazo

Anónimo dijo...

Con esta hermosísima música de fondo, leyendo tus palabras, es difícil no sentrise identificado con muchos de tus párrafos. E imposible no reflexionar acerca de todo eso que es nuestra vida, hermosa, llena de posibilidades, tantas, que recordarlas después de dejarnos caer en la rutina, es algo mágico, y hasta nos parece imposible que podamos tomarlas, y hacerlas nuestras.
¡Un gusto conocerte!