Entre las piedras que tiramos alguna vez, quedaron rastros en la arena, donde se envolvieron nuestras caricias disfrazadas en versos ya olvidados. Destilabas con tu clara sonrisa la penumbra de un día nublado, y quedaban mis temores enterrados bajo tus ojos claros. Ni siquiera las estrellas lograban capturar tu esencia, porque les habías robado su brillo. Y yo, espectador de primera fila, me dejaba convencer.

Tanto fue así que nos convencimos de que no había otra forma, de que las tristezas no eran tales si evitábamos capturar la fragancia del sabor agridulce de la derrota. Porque no existieron hasta entonces otras manos que las tuyas, revolviendo todos mis complejos y dejándolos minimizados, haciendo que olvidara cuáles eran. Mientras vos corrías y a lo lejos se recortaba tu silueta con la puesta de Sol.

Hace ya años de esto, donde los veranos dejaron de ser ideales para convertirse en una clase de nostalgia irrecuperable, incluso no queriéndola resucitar. Solo apreciando ese gusto nostálgico que da el saberse más auténtico en medio de toda la marea de crecer. Donde crecimos a la par pero sin vernos las caras, sin saber del otro, sin comparar nuestras historias.

Yo no sé si las cosas dejan de ser cuando llega el momento, quizás nos adelantamos a los hechos en ocasiones y en otras dejamos que el tiempo absorba la marea. Lo que sí tengo claro es que de una forma u otra lo que uno siente se retroalimenta, y deja impregnado en cualquier posible futuro su estela. Donde parecemos más seguros de las cosas por el solo hecho de ya haberlas vivido, para terminar notando que la incertidumbre es la misma que entonces. Solo que nueva.

Y entre esas idas y venidas y las mareas que ya se volvieron cíclicas, se encuentra uno respirando un aire distinto al de todos los demás. Te sentís más cercano a vos aunque a veces ni te reconozcas. Entendés que estás todo el tiempo escarbando en tu interior, porque tenés la certeza de que lo que buscás está dentro tuyo. Aunque nos lleve años encontrarlo.

Y mientras Junio amanece en esta punta olvidada del planeta, hay un tipo que se redime en sus propios pasos, sus propios errores, sus propios por qués. Y acepto que finalmente, en el minuto más impensado, la vida puede sorprenderme otra vez. Si no es que me ha sorprendido ya.

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