Volviendo en el colectivo, una mirada. Triste, lejana, dispersa entre la gente que iba cada cual a su destino. Una mirada que encerraba ganas de llorar pero sin derramar lágrima alguna, conteniendo esa angustia de quizás un grito a destiempo, un desaire de un amigo, el corazón roto por un amor que no fue o la padeciente naturaleza de no encontrarle sentido a nada.

Y me colgué de esa mirada, como suelo hacerlo con muchas otras. Me trepé a su angustia y quise tener las palabras adecuadas para cambiarle el humor, un gesto ilógico y repentino para robarle una sonrisa, la magia del descaro de cambiarle el día a alguien. No supe cómo hacerlo, solo la miraba esperando que en algún momento su cara triste se transformara. Esperando que una mariposa se posara sobre la ventana donde estaba, o que alguien le regalara una rosa para sentirse única e irrepetible.

Hubiera querido saber tener un gesto así. Sin rozar el típico pensamiento de que un flaco te quiere chamuyar, sin la necesidad de tener que explicar por qué uno lo hace. Pero ni lo uno ni lo otro se aparecieron en mi mente, y me quedé tan solo con la idea de verle cambiar el gesto y la expresión.

Dos paradas antes que yo se bajó, y un poco de su tristeza quedó en el aire, y en mí también. Que aunque cargo con la tristeza como una compañera más de tanto contemplarla, siempre es nueva cuando se te aparece un Lunes cualquiera en mitad del día. Siempre es amarga, y dulce en el encanto de sentir en la piel lo que la vida nos deja.

Si me preguntan si hay que dejar de sentir tristezas, por favor, diría que no. Porque estoy seguro que el día que su mirada triste se transforme, un nuevo día, único, insondable y maravilloso se va a presentar en su sonrisa. Y lo que parecía no tener fin, de un momento a otro desaparecerá. Y no solo no dolerá más su angustia, sino que un sentimiento de rejuvenecimiento volverá a su mirada. Porque sentir es rejuvenecer, vivir es hacerlo y quedar anclado sin que nada nos afecte es lo que verdaderamente nos vuelve viejos.

Asi que hoy su tristeza allí estará. Tal vez ahora esté mirando a la Luna teñirse de pecas estrelladas alrededor de su figura, y se pregunte hasta cuándo. Y el día que el cuándo decida ser respuesta sus sentidos darán un vuelco hacia el espacio, y será ella la que contemple el mundo desde allá arriba, estrellada y especial. Porque hoy mismo fue especial, como todas las personas que sienten las cosas en el alma sin negarlas, sin transformarlas en sonrisas con máscaras, sin teñirlas de colores agüados.

El vacío de enfríar el corazón es la primer señal de una vejez prematura, de un mundo sin vida. Por lo tanto sigamos sintiendo, palpando, aferrándonos a lo que nuestros sentidos nos dicen. Y a vos, desconocida de mirada triste, espero que una estrella fugaz se pase por delante de tu ventana para devolverte la esperanza de que un día, el menos pensado, tu sonrisa ha de volver.

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