El Sol se asoma lentamente.
Abro los ojos y descubro el canto de un pájaro colgado de la rama de aquél arbol de siempre. Es la primera vez que lo veo. Tiendo a levantarme pero mi cuerpo no se decide, inmóvil ante esa postal. A lo lejos, muchas nubes detrás, un arcoiris se agiganta en el infinito. Y me quedo tendido en la cama contemplándolo. Mi cabeza se amolda nuevamente a la almohada y las lágrimas que dejé tiradas en ella ya no están, son historia.

Parece un hermoso día por comenzar.
El pájaro ha cesado su canto, pero se mantiene ahí, inmóvil. Como observándome. Yo no sé si necesito creerlo, pero lo miro y sonrío. Y siento que me sonríe. Y que me dice que estará ahí, fiel testigo de mi día, de mi amanecer. Irremediablemente recuerdo las palabras de anoche, el llanto, la opresión en el pecho. Y esta nueva sensación de libertad.

A veces parezco un niño asustado y escurridizo que espera alguna mano, una salida. Una sencilla señal. Que me saque todo ese dolor que me da el saberme mal. Las nubes se aquietan a esta hora, y el pájaro sigue ahí, balanceándose en su misma rama. Cierro los ojos y me dejo contemplar. Y al volver a abrirlos, el pájaro ya no está. Quedo solo frente al día, frente al Sol, frente al rayo de luz que me da en la frente.

¿Y si esto también es una señal?.

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